La fábrica del patrimonio. Apertura y extensión del corpus patrimonial: del gran monumento al objeto cotidiano

Heinich, N. (trad.)(2014). La fábrica del patrimonio. Apertura y extensión del corpus patrimonial: del gran monumento al objeto cotidiano (Diana Carolina Ruíz y Andrés Ávila Gómez, trad.). Apuntes, 27(2), 8-25.

¿Por qué, entonces, tal interés por el patrimonio, en el mundo contemporáneo? Responder a esta cuestión exige comenzar por distinguir las diferentes categorías de valores implicados en el patrimonio, y por lo tanto, las diferentes categorías de objetos patrimoniales. (Heinich, 2014 p. 17)

Esto fue lo que hizo en su época el historiador austriaco del arte, Aloïs Riegl, interesado particularmente en el “culto moderno de los monumentos”: al señalar la posibilidad de considerar como monumentos históricos tanto aquellos edificios cuya función era inicialmente simbólica (arcos de triunfo), como también aquellos edificios utilitarios pero de dimensión monumental (castillos, palacios), u objetos construidos con un propósito práctico pero investidos luego de algún tipo de valor estético o histórico (como por ejemplo: puentes, lavaderos u hornos que hoy en días están “clasificados”). Riegl propuso dividir los monumentos en tres categorías. Los más específicos y considerados como tal desde un principio son los monumentos intencionales, “obras destinadas por la voluntad de sus creadores a conmemorar un momento preciso o un acontecimiento complejo del pasado”. Los monumentos históricos son más difíciles de reconocer por cuanto son susceptibles de ser catalogados como tales posteriormente a su producción material, siendo aquellos que “remiten a un momento específico, pero cuya escogencia es determinada por nuestras preferencias subjetivas”. Finalmente, definidos de manera reciente y aún más extensiva, encontramos los monumentos antiguos, que comprenden “todas las creaciones del hombre, independientemente de su significación o de su destinación original, con tal de que estas testimonien de forma evidente el hecho de haber sufrido el paso del tiempo”. (Heinich, 2014 pp. 17-18)

De esta manera, sobresalen tres grandes tipos de valores, de los cuales ninguno es propiamente estético: el valor de conmemoración –o como se diría hoy en día, de “memoria”–, el valor histórico y el valor de antigüedad. 14 (Heinich, 2014 p. 18) Nota 14: . “Este nuevo valor de rememoración –al cual llamaremos desde ahora “valor de antigüedad”–, encuentra su significación más profunda en su pretensión de validez universal, la cual comparte con los valores sentimentales de la religión” (Riegl, 1984 [1903]: 46)(Heinich, 2014 p. 18)

La importancia reconocida a dichos valores varía de acuerdo con la evolución histórica del sentido de relación con los monumentos: la Antigüedad privilegiaba los monumentos religiosos producidos con una intencionalidad conmemorativa; el siglo XIX se interesó no solamente en los monumentos intencionales sino también en aquellos investidos de algún valor histórico y artístico; y finalmente, “el siglo XX parece ser aquel del valor de antigüedad” (Riegl, 1984 [1903] , p. 56). (Heinich, 2014 p. 18)

Se observa una triple progresión de la noción de monumento: cuantitativa (del menos al más numeroso), diacrónica (según la época), y por último, cultural, relacionada con la capacidad de comprender el patrimonio como un instrumento de percepción de la época. (Heinich, 2014 p. 18)

El modo de presentación de Riegl conduce a una cierta confusión en lo que respecta al origen del valor dominante del monumento: ¿se encuentra esta próxima del concepteur o del receptor? (Heinich, 2014 p. 18)

En lo que concierne a los historiadores, el surgimiento de la noción de monumento histórico ha sido explicada a menudo como una reacción a la destrucción: se aprecia lo que ha desaparecido, se empieza a amar aquello que ha dejado de ser, a querer conservar lo que ha sido destruido, en resumen, a apreciar “la belleza de lo muerto”, según la expresión popular acuñada por los historiadores al referirse a la cultura popular (De Certeau, Julia y Revel, 1970). (Heinich, 2014 p. 19)

Fue en nombre de la conservación que creció el interés por el patrimonio, así como creció también la indignación que produjo su saqueo (Pillement, 1943), aspirando, tal y como lo subrayaba un jurista, a “preservar las obras de arte contra los múltiples peligros que las amenazaban, y entre las cuales podemos citar: la ruina por abandono, el vandalismo por indiferencia, el despiece por avaricia, la desfiguración por ignorancia, la restauración por mal gusto, e incluso el vandalismo por ocultación” (Brichet, 1952). (Heinich, 2014 p. 19)

En cuanto a los sociólogos, constatamos una hipótesis análoga surgida en los años 1980 paralelamente a la moda patrimonial: el interés por el patrimonio creció a la par con la destrucción, ya no por aquella otra violencia revolucionaria sino por la modernización industrial, principalmente luego de la Segunda Guerra Mundial. (Heinich, 2014 p. 19)

una protesta contra la evolución económica y técnica que impone su ley a todos, incluido al poder político; una práctica contradependiente del consumo y de su lógica de lo efímero; una reserva con respecto a lo que es hoy en día percibido como inherente al futuro, y en particular, una tentativa por conjurar la pérdida de la historia propia del espacio nacional que se diluye en el sistema capitalista mundial (Guillaume, 1980, p. 12). (Heinich, 2014 p. 20)

Muy diferente es la respuesta del antropólogo, al elegir una espectacular generalización del problema tanto en lo que respecta al espacio, como al tiempo. Según Maurice Godelier, toda sociedad distingue tres categorías de cosas: aquellas que hay que vender, aquellas que hay que dar, aquellas que hay que guardar. (Heinich, 2014 p. 20)

“Conservar para transmitir”: tenemos aquí la definición exacta de todo patrimonio, sea este familiar, nacional o internacional. (Heinich, 2014 p. 20)

La pregunta deja de ser “¿Qué es el patrimonio?” para ser traducida de otra forma: “¿Cómo deben ser seleccionados y protegidos los objetos patrimoniales?”: así, se sale del ámbito académico para entrar en el terreno de la política o de la administración cultural, operando con leyes y decretos, directivas y manuales para el uso de los “operadores” del patrimonio, es decir, de aquellos que lo administran o quienes lo estudian. Todo esto abarca desde el informe parlamentario (como el presentado por Yann Gaillard al Senado en 2002), hasta el artículo de encuadre (como el realizado en 1964 por André Chastel sobre “El problema del inventario general”), pasando por la discusión de métodos, e incluso, en un nivel mayor de generalidad, por la invocación filosófica de los valores que se deben defender en materia de política patrimonial, como en el caso del famoso Museo imaginario de André Malraux en 1965. (Heinich, 2014 p. 22)


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