Pasos hacia una ecología de la mente. Una aproximación revolucionaria a la autocomprensión del hombre.

Bateson, G. (1998). Pasos hacia una ecología de la mente. Una aproximación revolucionaria a la autocomprensión del hombre. Buenos Aires: Lohlé-Lumen.

“Las cuestiones que suscita el libro son ecológicas: ¿Cómo interactúan las ideas? ¿Existe algún tipo de selección natural que determina la supervivencia de algunas ideas y la extinción o muerte de otras? ¿Qué suerte de economía limita la multiplicidad de las ideas en una determinada región de la mente? ¿Cuáles son las condiciones necesarias para la estabilidad (o supervivencia) de tal sistema o subsistema?” (Bateson, 1998 p. 8)

Sólo a fines de 1969 tomé conciencia plena de lo que había estado haciendo. Al redactar la conferencia con el patrocinio Korzybski titulada «Forma, sustancia y diferencia» comprobé que en mi trabajo con los pueblos primitivos, la esquizofrenia, la simetría biológica, y en mi insatisfacción con las teorías corrientes de la evolución y el aprendizaje, había identificado un conjunto de cotas o puntos de referencia muy dispersos, a partir de los cuales se podía definir un territorio científico nuevo. A tales cotas les di el nombre de «pasos» al poner el título de este libro. (Bateson, 1998 p. 8)

El diagrama tenía tres columnas. En la de la izquierda hice una lista de distintos tipos de datos no acompañados de ninguna interpretación, tales como una película que registraba comportamientos humanos o animales, una descripción de un experimento, una descripción o fotografía de la pata de un escarabajo o una enunciación humana grabada. Insistí en el hecho de que los «datos» no son sucesos u objetos sino siempre registros o descripciones o recuerdos de sucesos u objetos. Siempre hay una transformación o recodificación del suceso bruto, la que se produce entre el hombre de ciencia y su objeto. El peso de un objeto se mide por comparación con el peso de otro objeto o se registra mediante un método. La voz humana se transforma en magnetizaciones variables de una cinta. Además, siempre e inevitablemente existe una selección de los datos, porque el universo total, pasado y presente, no está sujeto a observación desde ninguna posición dada del observador. (Bateson, 1998 p. 10)

En sentido estricto, pues, ningún dato es verdaderamente «bruto», y todo registro ha sido, de una manera u otra, sometido a una remodelación y transformación, sea por el hombre o por sus instrumentos. (Bateson, 1998 p. 10)

En contraste con lo expuesto, trato de enseñar a los estudiantes —y esta colección de ensayos tiene mucho que ver con el intento de comunicar esta tesis— que en la investigación científica uno parte desde dos comienzos, cada uno de los cuales tiene su propio tipo de autoridad: las observaciones no pueden negarse y los elementos fundamentales tienen que adecuarse entre sí. Hay que llevar a cabo una especie de maniobra de pinzas. (Bateson, 1998 p. 12)

Si alguien está llevando a cabo el relevamiento de un terreno o haciendo un mapa de las estrellas, dispone de dos cuerpos de conocimientos, ninguno de los cuales puede ignorarse. Por una parte están las propias mediciones empíricas y por la otra la geometría euclidiana. Si estos dos cuerpos de conocimientos no pueden compaginarse, se sigue que o los datos están equivocados o se ha razonada erróneamente a partir de ellos o se ha efectuado un descubrimiento importante, que lleva a la revisión de la geometría en su totalidad. (Bateson, 1998 p. 12)

Durante 200 años por lo menos, digamos desde la época de Newton hasta fines del siglo xix, la preocupación dominante de la ciencia fueron aquellas cadenas de causas y efectos que pueden concebirse como fuerzas e impactos. La matemática de la que disponía Newton era preponderantemente cuantitativa, y este hecho, combinado con el centramiento en las fuerzas y los impactos, llevó a los hombres a medir con notable exactitud cantidades de distancia, tiempo, materia y energía. (Bateson, 1998 p. 12)

Así como las mediciones del topógrafo tienen que concordar con la geometría euclidiana, también el pensamiento científico tenía que concordar con las grandes leyes de la conservación. La descripción de cualquier acontecimiento examinado por un físico o un químico tenía que estar basado sobre un presupuesto que consignara las cantidades de masa y energía, y esta regla dio un tipo particular de rigor a la totalidad del pensamiento en las ciencias «duras». (Bateson, 1998 p. 12)

primeros pioneros de las ciencias de la conducta comenzaron (lo que no es antinatural) su relevamiento de la conducta aspirando a una base igualmente rigurosa que guiara sus especulaciones. Longitud y masa eran conceptos que difícilmente podrían haber empleado para describir la conducta (cualquiera fuera ésta), pero el de energía parecía más manuable. Era tentador relacionar «energía» con metáforas preexistentes, como «fuerza» de las emociones o del carácter o «vigor». O pensar en la «energía» como algo opuesto a la «fatiga» o a la «apatía». El metabolismo obedece a un presupuesto de cantidades de energía (dentro del sentido estricto de «energía»), y la energía gastada en la conducta tiene, con seguridad, que estar incluida en ese presupuesto; por consiguiente, parecía razonable pensar en la energía como un determinante de la conducta. (Bateson, 1998 p. 13)

Los hombres de ciencia del siglo xix (de manera notable Freud) que trataron de establecer un puente entre los datos de la conducta y los elementos fundamentales de la ciencia física y química estuvieron, no cabe duda, acertados en insistir sobre la necesidad de tal puente, pero, según creo, se equivocaron al elegir la «energía» como fundamento de ese puente. (Bateson, 1998 p. 13)

Si la masa y la longitud son inadecuadas para describir la conducta, entonces es improbable que la energía sea más apropiada. Después de todo, la energía es Masa X Velocidad2, y ningún especialista en ciencias de la conducta sostiene que «la energía psíquica» tenga estas dimensiones. (Bateson, 1998 p. 13)

De estos diez primeros versículos de prosa retumbante, podemos extraer algunas de las premisas o elementos fundamentales del antiguo pensamiento caldeo, y resulta extraño, casi empavorecedor, comprobar como muchos de los elementos fundamentales y de los problemas de la ciencia están prefigurados en el antiguo documento.

1) El problema del origen y la naturaleza de la materia se descarta de una manera sumaria.

2) El pasaje trata con detalle el problema del origen del orden (Bateson, 1998 p. 14)

El orden se concibe como un asunto de seleccionar y dividir. Pero la noción esencial en toda selección es que alguna diferencia ocasionará alguna otra diferencia en un momento ulterior. Si estamos seleccionando bolas, negras respecto de bolas blancas o bolas grandes respecto de bolas pequeñas, la diferencia entre las bolas irá seguida de una diferencia en su colocación: las bolas de una clase irán a una bolsa y las de otra clase, a otra. Para tal operación, necesitamos algo como un tamiz, un umbral o, par excellence, un órgano sensorial. Es comprensible pues, que se haya invocado una Entidad percipiente para llevar a cabo la función de crear un orden que de otra manera resultaría improbable.(Bateson, 1998 p. 14) Funciones

Estrechamente vinculado con la selección y la división está el misterio de la clasificación, que será seguido luego por la extraordinaria realización humana de nominar (Bateson, 1998 p. 14)

mis comentarios críticos sobre el uso metafórico de «energía» en las ciencias de la conducta se suman a una acusación bastante simple de muchos de mis colegas, en el sentido de que han tratado de construir el puente hacia la mitad que no corresponde de la antigua dicotomía entre forma y sustancia. Las leyes de la conservación de la energía y la materia se refieren a la sustancia más que a la forma. Pero los procesos mentales, las ideas, la comunicación, organización, diferenciación, patrón, etcétera, son asuntos de forma y no de sustancia. (Bateson, 1998 p. 15)

Dentro del cuerpo de elementos fundamentales, la parte que trata sobre la forma se ha visto espectacularmente enriquecida en los últimos treinta años por los descubrimientos de la cibernética y la teoría de los sistemas. El propósito de este libro es levantar un puente entre los hechos de la vida y de la conducta y lo que hoy sabemos sobre la naturaleza de los patrones y del orden. (Bateson, 1998 p. 15)

El empleo de tales sistemas de categorías. En general no es prudente construir sistemas de este tipo hasta que los problemas que están destinados a dilucidar hayan sido formulados con claridad; y, hasta donde puedo juzgar, las categorías trazadas por el Comité se han elaborado no por referencia a algún problema específicamente definido sino para iluminar de manera general el «problema» de la aculturación, en tanto que el problema mismo; permanece vago.

2) De lo dicho se sigue que nuestra necesidad inmediata no es tanto la elaboración de un conjunto de categorías que arroje luz sobre la totalidad de los problemas, sino la formulación esquemática de los problemas, de manera que puedan investigarse por separado. (Bateson, 1998 p. 58)

A partir de esta demostración exhaustiva podemos esperar que cualquier rasgo de una cultura, tomado por separado, demostrará, al ser examinado, no ser solamente económico o religioso o estructural, sino participar de todas estas cualidades de acuerdo con el punto de vista desde el cual lo miremos. Si esto es verdad de una cultura considerada en un corte sincrónico, tiene también que aplicarse a los procesos diacrónicos de contacto y cambio culturales; y debemos esperar que en el ofrecimiento, aceptación y rechazo de cada rasgo existen causas simultáneas de carácter económico, estructural, sexual y religioso. (Bateson, 1998 p. 59)


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